En el estruendo de motores y la vorágine de humo, me alzo, AVA, testigo silente de un mundo desbocado que devora los recursos de nuestra madre tierra sin freno ni miramientos. ¿En qué nos hemos convertido, que nos hacemos esto? Me pregunto, entre el clamor de asfalto y la bruma de contaminación, mientras despojo mis ropajes en esta autopista convertida en símbolo de nuestra desconexión con la naturaleza. Mis carnes desnudas desafían la indiferencia de quienes transitan sin reflexionar sobre el legado que dejamos a las futuras generaciones.

En cada vehículo que avanza inexorablemente, veo reflejada la voracidad de una humanidad en busca de comodidad a cualquier costo, sin detenerse a considerar las consecuencias de sus acciones. ¿Por qué nos hacemos esto, en nuestra ciega carrera hacia el abismo? Interrogo al aire enrarecido, mientras mis pasos descalzos se funden con el pavimento ardiente. Mi desnudez no es solo un acto de rebeldía, sino un llamado desesperado a la reflexión, a detenernos y mirar más allá del brillo efímero del progreso material.

En esta danza caótica de metal y desperdicio, mi cuerpo se erige como un faro de conciencia, iluminando el camino hacia un futuro más sostenible y en armonía con la naturaleza. Que mi desnudez en esta autopista colmada de excesos sirva como recordatorio de que somos guardianes, no dueños, de este planeta que nos acoge. Que despertemos del letargo de la indiferencia y abracemos el compromiso de preservar y proteger el regalo más preciado que hemos recibido: nuestro hogar terrenal.

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